lunes, 2 de abril de 2007

Corrí y no te encontré

Hastiado de correr de la multitud, me sumerjo entre la gente. Ellos me mira, me observan callados, mientras a lo lejos se oyen tres campanadas que marca la hora en el reloj del ayuntamiento. Paro, y tras unos instantes retomo la marcha. Oigo las canciones más escuchadas por la gente según una lista comercial, cojo el autobús. Uno me presiona por la espalda, una señora mayor me pide disculpas al darme en el antebrazo. Mirando por encima de las cabezas no reconozco a nadie, ningún compañero de clase, ningún conocido de la residencia. Una chica con un peinado llamativo consigue captar mi atención, unos cocos que me hacen evadirme con más facilidad de aquel autobús. La chica se levanta, me mira confusa y se baja del autobús, su nariz me hizo volver a la realidad. La señora de mi lado me mira con cara de curiosidad y miedo, y tan pronto como puede se cambia de sitio. Yo mientras tanto veo mi reflejo en el cristal lateral, veo mi vida, no como es, sino como me gustaría que fuera. “¡Ei!” grité al conductor, “¡Para!”. Él, sin dudarlo, frenó con la mayor brevedad y, a la vez, brusquedad posible. Yo caí, tumbado boca arriba casi inconsciente veo que no me he equivocado, allí mirando y sonriendo estabas t, el motivo por el que había pedido parar, tan cariñosa, tan agradable... Una torta y aire fresco, junto a unas palabras de aliento de aquella anciana asustadiza, me hacen volver. Al abrir los ojos me di cuenta que sólo estás en los sueños. Sali corriendo sin dar las gracias o alguna breve explicación sobre lo sucedido, daba igual. El pitido de los coches con los que me encontraba en sentido contrario me avisaban que algo no iba bien. Seguí corriendo entre medio de ellos sin ningún miedo a ser atropellado, paré a un chaval que creí reconocer, no le conocía, me equivoqué. Le pedí que cogiera su moto y me llevara bastante lejos, necesitaba verte, no quería hacer otra cosa. Me monté en la moto sin saber bien cómo hacerlo y me preguntó dónde quería ir, al centro quizá o bien a la gran calle llena de tiendas, no tenía ni la menor idea de dónde estabas escondida. Arrancó y ese muchacho moreno con una coleta y bastante bajo empezó a decirme detalles de la moto, como que era nueva, la cilindrada, y otras cosas que nunca llegué a entender. Me estaba vacilando pero qué podía pedir de aquél que me montó en su vehículo propio sin antes conocerme. Él seguía hablando cosas que yo no escuchaba, mientras yo gritaba tu nombre, y gritaba que corriera, que cogiera el camino más corto, necesito llegar ¡ya!. Él aceleró, ya estábamos cerca cuando al girar en una curva un coche negro nos dio y nos echó a varios metros de la carretera. A partir de ahí el tiempo corría más despacio. Vi llegar unas luces y una sirena, yo estaba tumbado boca arriba, como en el autobús, con la cara llena de sangre y sin poder moverme, me dolían las piernas, los brazos, la espalda; todo el cuerpo estaba magullado. Del camino hacia el hospital no recuerdo nada, me vi a mí tumbado en una cama de alguna habitación en la planta de traumatología. Con los ojos entrecerrados me enteraba de algunos huesos que me había roto y de cómo había pasado todo. Abrí los ojos y vi un hombre mayor con una bata blanca, sin decir nada me dormí.¡Ring Ring! Mi madre me llamaba a la habitación, no era el hospital, todo había sido una pesadilla. El teléfono dejó de sonar, y yo sonreí, todo un sueño y tú estabas a mi lado como lo habías hecho siempre desde que nos conocimos. Estiré el brazo para tocarte y ya te habías levantado, había un hueco donde deberías haber estado tú. Me levanté sobresaltado, grité tu nombre como en el sueño, no había nadie en la casa, deseé despertar de esta pesadilla, pero no, era una realidad. Una nota sobre la pantalla del ordenador decía que te habías marchado, que estabas cansada de mí, que ya no esperabas nada más. Decías que por favor no te llamara, que lo nuestro había sido una historia pero que nunca más sabría de ella. Las lágrimas caían por mis oscurecidas mejillas mientras leía las últimas frases de esta carta de despedida. Solté la carta y me senté, abatido. Ya no tenía a quien esperar, la persona a quien amaba se había cansado de esperar. Se marchó, ya no tenía la ilusión del primer día o del año que pasamos juntos y se fue. Salí de la perplejidad y corrí, corrí tanto... porque aunque digan que correr es de cobarde, ¿quién no ha corrido alguna vez por amor?

Loco en soledad

Todo transcurría con tranquilidad cuando... me desperté, abrí los ojos. Con los pelos enmarañados en la cara y con un poco de saliva por la comisura de los labios giré la cabeza para ver la hora. Mi miopía me impedía ver con claridad los números, me acerqué un poco y al fin pude saber la hora, aún no eran las 10 de la mañana, sonreí, tenía todavía por delante toda la mañana para aprovecharla. Me levanté, subí la cortina, luego la persiana, al hacerlo entró la luz de una bonita mañana soleada de otoño. Abrí la ventana y entró un profundo olor a limpio por aquel hueco. Asomé la cabeza, no sin antes haberme deslumbrado al darme el sol directamente en mi soñolienta cara. Vi que el suelo estaba mojado, había llovido el día anterior, recordé. Ahora todo estaba más tranquilo, sol y nada de viento. Dejé la ventana abierta, di media vuelta y salí de la habitación. Tropezando con unos zapatos llegué al lavabo, abriendo el grifo y con agua muy fría me enjuagué la cara y me desperté de repente. Fui a la cocina, al abrir la nevera emanó un fuerte y terrible hedor, poca cosa en ella. Cogí el último zumo, en el lateral. En el camino de vuelta a la habitación me lo tomé. Busqué aquellos pantalones anchos que tanto me gustan, una camiseta nueva de rayas y una de las sudaderas que tenía limpia. Me quité el pijama, tirándolo en una silla blanca, y me puse aquella ropa. Cerré la puerta al salir de la habitación, ya volvería para arreglarla. En el salón encendí la televisión, tras zapear me di cuenta que mi futuro esa mañana no estaba en la televisión, programas de política y dibujos animados se alternaban la audiencia. Cogí el móvil, la llaves de la casa, algunas monedas sueltas y salí de la casa. Con las manos en los bolsillos me dispuse a dar un tranquilo paseo por las calles de la ciudad. Pasé por el lado de algunas tiendas llenas de gente comprando lo necesario para seguir las recetas de la tele, por algún que otro videoclub, restaurante de comida casera o rápida, kiosco, tienda de ropa, farmacia, casa de fotografía, oficinas de varias empresas, salón recreativo..., hasta llegar a un chino. Un restaurante de comida china con colores llamativos y bolas y dragones en una puerta dorada. allí me paré, sin saber porqué, cambié de camino. Caminando hacia la universidad me paré en un banco de una acera, donde también descansaba un anciano que, como yo, aprovechaba la mañana soleada para dar un su paseo diario. Justo delante del banco había un gran charco donde me asomé sin dudarlo. Vi mi figura reflejada. Mi cara se veía desfigurada pero aún así me podía ver desaliñado, con un aspecto que no era el adecuado, la barba me hacía más delgado. Me asusté al verme así. El anciano debió intuir mi intranquilidad y se marchó con un paso ligero. Caí de rodillas justo delante del charco sin desviar mi mirada del reflejo de aquel resto de agua sucia que me había devuelto a la realidad. Me tocaba la cara con brusquedad, ¿era yo aquel chaval el mismo que hacía unas semanas sonreía y no se conformaba con la parte amarga de la vida? Me levanté, con tanto ruido en la cabeza que no me dejaba pensar, y salí corriendo para la casa. Llegué, abrí la puerta y me tiré en el sofá. Al cabo de unos minutos me levanté para poner música y preparar el almuerzo. Nadie me esperaba para comer, nadie sabía nada de mí en aquel momento. En la cocina, mientras a lo lejos sonaba uno de los grupos de rock español de mi caja de cd's, saqué algún tipo de pasta precocinada del congelador y tras media hora en el horno me la comí, solo, en el salón. Dejé el plato y los restos delante del sofá, y me quedé dormido. Cuando desperté ya se había esfumado media tarde de aquel tormentoso día. Al asomarme al balcón encontré un rincón donde sentarme; allí me quedé durante un par de horas pensando qué había hecho mal, cómo iba a acabar todo, cómo podía cambiar el rumbo de mi insoportable vida. Mirando a las nubes intenté buscar las respuestas que el tiempo me daría, pero yo no tenía tiempo, yo las quería ya. Entré en la casa cuando anocheció completamente. En la casa del vecino se oían risas y brindis continuos, era hora de cenar y mi estómago estaba cerrado, no tenía ganas de cebarme como un animal inconsciente y antisocial. Así que decidí irme a la habitación y tumbarme en la cama para encontrar el descanso que no había encontrado durante el día. Miré el móvil, cero llamadas recibidas, ningún amigo se había acordado de que existo, mi familia o estaba muy ocupada o se le había pasado el llamarme para intercambiar unas cuantas palabras, y ella..., esa persona tan especial unos cuantos meses atrás había desaparecido, no sabía de su existencia, dónde estaría o si ella también se acordaría de mí como yo de ella. Un día decidió acabar con la historia de amor que nos unía, un día decidió acabar con mis sueños, y es cierto que, desde entonces nada había sido como al principio, no había sonrisas, no había conversaciones en mi vida. Tiré el móvil con una mezcla de pena, desgana y enfado, se descompuso al chocar con la puerta. Yo, tumbado en la cama, sin haber dirigido una palabra con nadie, sin que nadie se acordara de mí, echándote de menos más que nunca, llorando como había hecho días antes, al verte pasar y ver que todo se acababa. Cerré los ojos mientras tarareaba la letra de la última canción que escuché: ...el silencio me hace un loco en soledad... Me dormí, por fin todo había pasado, al fin se acabó otro día desesperante como todos desde que decidiste acabar con todo, acabar conmigo.Y es que hoy me doy cuenta que no tengo nada que hacer, que perdí el partido, que el barco se hunde, que los pétalos de la flor se caen marchitos, que el papel donde un día te escribí que te quería ya está mojado. Hoy, hoy me doy cuenta que fuiste la persona más especial que conocí en la vida y, sin embargo, acabaste como cualquier otra, diciéndome adiós. Hoy, cuando más te necesité, no te encontré; ya me habías dicho adiós.

Gente y locura

Una noche de invierno más allá del 21 de marzo. Según el calendario ya es primavera. Si miramos el tiempo y el estado de ánimo de algunos más bien podríamos estar en plena noche invernal. Dando vueltas al coco, piensas en los amigos, los estudios, la familia...incluso piensas en esas personas que hacen comentarios diciéndote que no eres feliz sin asegurarse que te conocen, te dan consejos sin ver que ellas cambiaron sus vidas sin querer hacerlo porque no les quedaba más remedio, sin reconocer tantas cosas que no supieron reconocer, que viven una vida que juraron no vivir. Estoy harto de esas personas que te dicen lo que tienes que hacer sin preocuparse si su vida está bien o no tal y como van, esos de la televisión que te enseñan a vivir de una manera casi idílica en ese mundillo, a vivir una mentira. No entiendo por qué uno no puede decir lo que quiera, uno no puede decir que está aburrido sin invitarlo a ir a un psicólogo. No entiendo tantas cosas. Hoy doy vueltas sin parar. Demasiado ruido hay en mi cabeza. Fui yo quien me prometí que no volvería a caer, escribes para que la gente lea que no estás de acuerdo con la sociedad, que no estás de acuerdo con que muchachos de tu edad por tener la “suerte” de ser de una determinada manera tengan unos determinados derechos que tú no tienes y te miran raro. Al igual que tú miras, observas un futuro con incertidumbre y, a veces, un poco de miedo. También pones un poco de esperanza. “No te preocupes, todo irá tal y cómo quieres” te repites día tras día al levantarte, “Vale más mi sueño que el dinero, puedo vivir de una alegría, de aquí pa’llá colecciono recuerdos, tú cuéntame cómo es tu vida”, tarareas esa cancioncilla. Luego llega la noche, estás metido en un bucle, otra vez el mismo día, otra vez la misma GENTE. Llega la noche y te metes entre las sábanas con aires de perdedor, con un aire de decepción. Tampoco fue como quisiste, tampoco se cumplió hoy tu sueño. No has cambiado el rumbo del mundo, no has hecho nada por nadie ni nadie hizo nada por ti, no sabes qué vas a hacer cuando tengas unos años más, no sabes cómo demostrarle a quien añoras todo lo que sientes. Así que le das al play del reproductor de música, escuchas un grupo de música que siempre lo oyes cuando necesitas estar con alguien, cuando no estás lo animado que deberías. Otro domingo más, te juras que cambiarás de vida. Sin embargo, todo seguirá igual mañana cuando me levante, quizá sonría o salte sin motivo, quizá tenga pequeños motivos. Mucha gente, demasiada gente. Me fue más fácil que nunca pensar en los amigos. Más difícil que nunca pensar en mis estudios y mi trabajo a posteriori. Una por otra. Yo me iré de aquí, con los ojos vendados como hacen tantos... y haré como si no pasara nada, como si no hubiera injusticias, como si todo fuera maravilloso. Yo me iré con los ojos cerrados, sin poder ni querer ver nada. Total, sólo seré uno más de este fantástico teatro de títeres. Me iré así, con la lista abierta, esperando que alguien llegue y se apunte a actuar junto a mí...

La semana

Después de tanto tiempo sin escribir, después de los exámenes de febrero que supongo que no queréis que hable de ellos (ya mismo están ahí los de junio), en plena Semana Santa. Hoy Domingo de Ramos, la gente sale a la calle con las ramas de olivo en la mano para que sean bendecidas por el cura del pueblo. Hoy, luna llena, noche lluviosa y tormentosa la gente llora, llora por los pasos que por culpa del tiempo no pudieron salir, por familiares, por creencias, o por cualquier otro motivo que consiga hacer un nudo en el estómago y salga esa lagrimilla fácil que sale al escuchar un himno a los más patrióticos, al escuchar una voz amada en la distancia, o bien en ese momento en el que no sale lo que llevas tanto tiempo luchando por conseguir. Es un día raro, feliz para los cristianos, indiferente para el resto. En estas fechas es momento de hacer balance otra vez. Digo otra vez porque ya lo hicimos a principios de año. Es momento de ver si realmente cumplimos lo que nos propusimos, si lo que pedimos realmente nos hacía falta. También son días de mirar al futuro, esta semana vacacional para algunos hace que pienses en tu futuro y en la gente que te rodea. Si te da por poner la televisión sólo encontrarás películas de directores de segundo o tercer nivel (incluso, a veces, de más bajo nivel) principalmente sobre momentos bíblicos, si te da por ponerte a ver cosas de Internet predominará el porno y el deporte, aunque también puedes estar leyendo estas líneas. Yo escucho música mientras escribo, siempre lo hago. La música amansa las fieras dicen. En esta Semana Santa, en la que se mandan mensajes en cadena citándose para un macrobotellón, en la que te acuerdas de los amigos que no están en los momentos que más lo necesitas, en la que tienes tiempo para encerrarte delante de un ordenador durante horas para buscar una conversación que no existe, ver una de tus series favoritas o simplemente intentar escribir lo que quieras sin que nadie te pueda decir que quites una frase porque ofende o porque es demasiado triste. En esta semanita en la que tendré que estudiar para aprobar algunas asignaturas, no hay mucho más de dónde tirar. Por eso, por todo lo anterior y porque ya mismo se vuelve a ir la luz en este pueblo quasi tercermundista cierro este comentario, con la idea de hacer otro a continuación. Os deseo lo mejor para estas vacaciones. Disfrutad, si podéis y os dejan.