lunes, 5 de enero de 2009

Una tarde cubierta

Tengo poco menos de media hora para escribir este texto que dé la bienvenida al año por mi parte. Hoy es día 5 de Enero, víspera de Reyes, y son ya las 6 de la tarde. Hoy el día ha sido un poco raro, muy soleado por la mañana (irrompible) y con, cada vez más, nubes a medida que pasa la tarde. A estas horas el cielo está totalmente cubierto por un espeso manto grisáceo. Yo, como el día, ahora estoy más cubierto, con más nubes, sin luz alguna. Además de eso, hay que sumar que estoy un poco nervioso. Y no, no es por la venida de los Reyes Magos mañana. No tengo claro por qué es pero quizá una historia de hace algún tiempo nos dé alguna respuesta.

Corría el año 1999, un chico de apenas 15 años buscaba sus ropas más nuevas, se peinaba con paciencia, limpió sus zapatos (como bien le había enseñado su madre que había que hacer los días de fiesta). Ese día, era un día muy especial para el resto de personas. Para él, no era muy especial, era el Gran Día. Para entonces, Aitor salía de vez en cuando con una chica del pueblo contiguo. Hoy sería el día en el que por fin lo podrían ver junto a ella. Hasta entonces todo eran mentiras y escondites para poder hacer lo que más le gustaba, besar a Amaia. Ella le había prometido que hoy sería el momento que había estado esperando tanto tiempo, hoy podría cogerla de la mano por mitad de la calle e incluso besarla dos o tres veces en público si no había mucha gente merodeando el sitio. Aitor cogió su chaqueta, metió los chicles para el aliento y salió a paso aligerado hacia el autobús. Un billete sencillo, como siempre. Buscó el primer asiento que estaba libre y se sentó sin dudarlo, allí, en cualquier lugar, quería llegar pronto, cuanto antes mejor. A mitad de camino, un árbol caído hizo que el autobús volcara, destrozando toda la parte superior del autobús. Aitor, así como las 12 personas restantes del autobús murieron. El chico no fue de los afortunados y tardó en morir. En esos instantes de agonía se miró los zapatos llenos de sangre, su pelo parecía el de cada mañana recién levantado y su ropa tenía rajas del accidente. Cuando acudieron al lugar, 5 sms tenía en el buzón de entrada. Todos de Amaia diciendo que si no quería ir que se olvidara, que no lo quería, que había estado esperando y que estaba llorando por culpa de un niñato toda la tarde. Él en su mano, tenía los restos de un periódico en el que había escrito una corta frase: "Me hubiera bastado cualquier rincón escondido para pasar el resto de mis días contigo".

¡Ah, ya me acuerdo! La historia hizo que recordara algunas cosas. A veces no pensamos en la otra persona, a veces nos basta con interpretar cosas que no son. No nos conformamos con vivir la realidad tal y como es, siempre necesitamos más y más. Necesitamos tanto como tenemos pensado y no acabamos disfrutando el momento. A veces, nada nos basta...

2 comentarios:

Cronopita dijo...

Un saludo para los dos...muak muak!!

Anónimo dijo...

Grande