miércoles, 11 de julio de 2007

Perdón por anoche (2ª parte)

A las dos semanas fue Ana la que quedó con sus antiguas amigas, acabaron quitándose ropa y bailando poseídas en un escenario. Bastantes hombres se acercaban a este grupo de peligrosas treintañeras. Uno de ellos llamó la atención de una Ana desconocida, endiosada por el alcohol y la ropa provocativa. Era un joven de unos 28 años, con el pelo largo y rizado, bastante fuerte y bailando, con la camisa entreabierta, pegándose al grupo de señoritas. Ana pasó por su lado y él no pudo evitar fijarse en sus enormes ojos y sus preciosos y carnosos labios. Ana se giró para presentarse, se separaron del grupo y se reían a carcajadas en la barra bebiendo un chupito tras otro. Luis, el muchacho, tenía su mano sobre la cintura de Ana, mientras le contaba que soñaba con encontrar para él una chica como ella, y otro piropos similares. Él, sin esperar más, la apretó contra su cintura y la besó. Le susurró al oído que se fuera con él al piso que tenía cerca del pub donde se hacían carantoñas. Ana dudó por un instante, pero sin pensar nada más dijo que sí. Lo cogió de la mano y ambos salieron corriendo calle arriba hasta llegar al portal del bloque de Luis. Subieron las escaleras quitándose la ropa. Abrió la puerta y cogiéndola en brazos la echó en su cama. Arrancándole la camisa y subiéndole la falda la penetró fuertemente. Ana mordía la oreja de Luis, mientras gemía de placer y dolor. Tras un lujurioso rato ambos se quedaron dormidos, desnudos, uno junto a otro, sus cuerpos sudaban y se rozaban. A la mañana siguiente ella llegó seria diciéndome que se lo había pasado bien y que se había ido a dormir a casa de su amiga Carmen, que estaba sola y necesitaba dormir con alguien. Yo la creí, confiaba en ella. Le conté que no había podido pegar ojo, mi corazón había palpitado más de la cuenta, y había pasado la noche escribiendo un relato como hacía siempre que podía, uno de mis hobbies. Todo transcurrió con total normalidad durante las siguientes semanas, hasta que pasados mes y medio me dijo que teníamos que hablar. Nunca me había gustado esa frase y mucho menos el tono con el que me lo dijo. Nos sentamos en el filo de la cama y me dijo que no podía esperar más para contarme aquel tormento. Estaba embarazada del tipo con el que se acostó. Yo la miré con los ojos inundados. Había tenido la oportunidad de pasar un rato con esa joven rubia y la había denegado por una mujer que cuando tuvo su oportunidad no lo dudó. Me engañó. Me quedé con la sensación de alguien usado, de no haber sabido dar todo lo necesario a Ana, de ser un “Don Nadie”. Me levanté con cara de gilipollas, deseándole suerte con aquella criatura de alguien que conocía de una noche y no se haría responsable de nada, le toqué los labios por última vez y me levanté abandonando la habitación, volviéndome y viendo cómo lloraba, cómo suplicaba por su error. Las cosas se piensan antes, ahora no valía de nada su tristeza. Ya estaba dolido, salí de la casa y me quedé parado en la puerta, tuve un dèja vu, ¿acaso no había vivido ya esto antes?

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