miércoles, 11 de julio de 2007

Perdón por anoche (1ª parte)

Otra tarde igual, parece que hará bueno y al final acaba lloviendo. Me encierro en el salón de mi casa y pongo la televisión, me aburro. Son las 8 de la tarde y espero que llegue mi esposa de limpiar la casa de unos señores mayores extranjeros, del norte de Alemania creí oír una vez. Yo ya trabajé esta mañana; siete horas sentado en una oficina con un traje y una corbata que te ahoga. Delante del ordenador controlo los últimos movimientos de las empresas de comunicaciones, caídas y subidas de precios, lanzamientos de nuevas tecnologías, clientes que protestan. Estoy cansado, fue un día agotador. Mientras cambiaba de un canal a otro en busca de un programa interesante llegó Ana, con las manos hinchadas, un poco desaliñada, pero con una sonrisa en la boca. “¿Qué tal te fue, cariño?” le pregunté. Ella sin vacilar me contestó un “Bien” eufórico. Me alegré por ella, y la besé. Al irse a la ducha me eché de nuevo en el sofá y cogí una revista de coches que me había comprado esa misma tarde. Me imaginé montado en aquel BMW viajando por todos aquellos lugares que siempre había soñado conocer. Ana mientras tanto hacía la cena; volví a la realidad y fui a ayudarla a la cocina. Mientras cenábamos hablamos de ir a ver la nueva película de Spiderman al cine, pero hoy no, le recordé, hoy quedé con mis amigos, “hace mucho tiempo que no estoy con ellos, que no les veo”, argumenté. Ella asintió, terminamos de comer y recogimos todo. Sin pausa me duché y me vestí con una de mis camisas nuevas y unos vaqueros un poco desgastados. Llamé a Jorge, vendría a recogerme y nos iríamos a tomar algo al centro. A los 20 minutos el coche de Jorge me esperaba en la puerta, me acerqué a Ana y con un beso me despedí. Ella no tenía sonrisa y me miró para decirme que volviera pronto, que lo pasara bien y tuviera cuidado. “No te preocupes, daremos una vuelta y volveremos pronto, tranquila, confía en mí”. Cuando iba saliendo por la puerta de casa grité un “Te quiero” con el que conseguí que sonriera. Bajé las escaleras y abracé a Jorge, hacía tanto tiempo que no nos reuníamos, había que disfrutar. Fuimos a por Iván y Javi. Ya estábamos los cuatro. Los pub’s del centro nos esperaban con música de todo tipo. Un cubata y un brindis. Éste por los viejos tiempos cuando siempre estábamos juntos, antes que los distintos trabajos nos separaran. Tras unos cuantos habíamos brindado ya por todo, por nosotros, el futuro, por la camarera, por el DJ...cambiábamos de bar para no aburrirnos. Todo eran risas y antiguas batallitas. Al cabo de un rato empezamos a bailar y algunas chicas se nos acercaban, aún conservábamos buen tipo, sobre todo Javi, muy curtido en el gimnasio. Poco a poco nos fuimos separando a medida que fueron apareciendo chicas, de Jorge y Javi no supe más aquella noche. Sin embargo, Iván y yo seguíamos juntos, éramos los dos que nos habíamos casado y los que más tiempo pasábamos juntos cuando éramos unos muchachos. Miré el reloj, aún era pronto, sólo eran las 3 y media de la mañana pero no podía beber más, ya estaba mareado. Seguimos bailando y llegaron unas antiguas amigas. Una de ellas se acercó mucho a mí y me preguntó qué tal me iba la vida y me pasó un wisky que estaba bebiendo. Me preguntó si me había casado, ella estaba “libre como el viento”, yo contesté que sí pero pareció no prestarme atención. Después de beber de más, le dije a Iván que me iría a casa, que ya estaba bien, él también se fue, o eso creo. Yo salía del bar y empecé a caminar solo mientras caía una refrescante pero pequeña lluvia. Fue entonces cuando oí unos tacones correr detrás de mí, era Lucía. La chica rubia con la que me había encontrado en el bar. Me quedé observando cómo corría hacia donde yo estaba, tenía muy buen cuerpo, era un poco más joven que yo, como Ana. Cuando llegó me dijo que su casa estaba de camino y que si no me importaba que se fuera conmigo. Estuvimos charlando hasta llegar a sus pisos, vivía con su hermana pero ahora estaba fuera. Le di dos besos y me giré para marcharme. Ella me agarró del brazo y me dijo que ya me había dejado escapar una vez y que no lo iba a hacer otra. Se acercó, me besaba el cuello y me ponía sus finas manos en mi pecho. Yo inmóvil no sabía reaccionar. Al poco tiempo recordé la cara de Ana cuando llegó sonriente del trabajo y me besó, me aparté bruscamente de Lucía. No podía ser, era una chica atractiva pero yo estaba casado y quería a Ana, nunca le haría daño. Me fui con paso ligero para mi casa, llegué intentando no despertarla y me acosté junto a ella dándole un beso en la mejilla. A la mañana siguiente le conté todo lo que había pasado y se alegró de mi reacción, para Lucía sólo salían insultos de su boca.

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